La verdadera vida está detrás de lo que nosotros llamamos vida

Hoy sé que conviene dejar de tener experiencias, sean del género que sean, y limitarse a vivir: dejar que la vida se exprese tal cual es, y no llenarla con artificios de nuestros viajes o lecturas, relaciones o pasiones, espectáculos, entretenimientos, búsquedas… Todas nuestras experiencias suelen competir con la vida y logran, casi siempre, desplazarlas e incluso anularlas.

La verdadera vida está detrás de lo que nosotros llamamos vida. No viajar, no leer, no hablar….: todo eso es casi siempre mejor que su contrario para el descubrimiento de la luz y de la paz.

Claro que para vislumbrar algo de todo esto que rápidamente se escribe y tan lentamente se llega a aprender tuve que familiarizarme con mis sensaciones corporales y, lo que es todavía más arduo, clasificar mis pensamientos y sentimientos, mis emociones. Porque es fácil decir que uno tiene distracciones, pero muy difícil, en cambio, saber qué clase de distracciones son las que padece.

Tardé más de un año en empezar a poner nombre a lo que aparecía y desaparecía en mi mente cuando me sentaba a meditar. Hasta ese momento había sido un espectador, sí, pero poco atento. Al término de una sentada poco podía decir de lo que realmente me había sucedido en ella.

Estar atento a las propias distracciones es mucho más complicado de lo que uno se imagina. En primer lugar porque las distracciones, por su propia naturaleza, esquiva y nebulosa, no son fácilmente aprehensibles; pero también porque al intentar retenerlas para memorizarlas y poder dar luego cuenta de ellas, acaba uno distrayéndose con esa nueva ocupación.

La resistencia a la práctica es la misma que la resistencia a la vida.

Pese a todo, pude reconocer y nombrar buena parte de mis distracciones y, gracias a esta tipología, necesariamente aproximativa, pude saber, con bastante precisión, a que nivel había llegado en mi practica de meditación después de un año y medio de asidua perseverancia.

Por acendrado que fuera mi interés por el silencio y la quietud, no se me ocultaba qu en cualquier momento, ante el menor contratiempo o adversidad, yo podía claudicar en lo que había decidido que fuera mi practica espiritual más decisiva. Ni que decir tiene que todas las razones que encontraba para abandonar eran buenas y suficientes.

El dolor de rodillas, por ejemplo (un traumatólogo me desaconsejó vivamente la postura en que meditaba), la pérdida de tiempo (los trabajos se me acumulaban), la imposibilidad de domeñar un cuerpo maleado durante cuarenta años por las malas posturas (comencé a visitar a un quiropráctico), la escasez de resultados… Porque, y esta pregunta me hacía yo muchas veces, ¿Qué había conseguido realmente tras cientos de horas dedicadas a, sencillamente, sentarme y respirar? Todavía no sabía que la resistencia a la práctica es la misma que la resistencia a la vida.

 

Pablo d´Ors (Biografía del Silencio)