Bajo la demanda de rigor científico para los ‘intrusos’ de la salud sospecho de una cierta arrogancia sanitaria que se resiste a reconocer los errores propios

Precisamente por el aprecio debido a quienes alivian nuestros dolores y velan por nuestra salud desde los hospitales, ambulatorios y otras instituciones sanitarias, me sorprende la virulencia con que se arremete contra las llamadas «pseudociencias» o terapias alternativas, y muy especialmente contra la homeopatía, como si su supuesta ineficacia no las desactivara por sí mismas. Desde diversas asociaciones se promueven escritos al Ministerio de Sanidad exigiendo firmeza contra las pseudoterapias, diversas universidades retiran cursos de posgrado sobre fitoterapia, aromaterapia, acupuntura, homeopatía, hipnosis, etc. aludiendo a su falta de rigor científico y algunos medios de comunicación magnifican los riesgos de rechazar los tratamientos médicos o farmacológicos prescritos, como si la libertad del paciente no estuviera en primer plano.

No dudo de que en la llamada medicina alternativa haya mucho impostor que se vale de la ignorancia y del sufrimiento ajeno para hacer negocio, muchas veces con técnicas y procedimientos de dudosa eficacia, con titulación incierta y sin los requisitos higiénicos, sanitarios e incluso fiscales por los que velan los colegios profesionales. Pero si las cosas estuvieran tan claras, ¿a qué viene tamaño furor?

 

Porque la ciencia no es unánime ni infalible

A quienes tanto valoran el rigor científico convendría recordarles que la historia de la ciencia avanza porque cuestiona las verdades establecidas y que hay muchos ámbitos -la energía nuclear, los transgénicos, el cambio climático, los psicofármacos, las dietas, etc- en los que no ocultan sus discrepancias los propios científicos. Porque la ciencia no es unánime ni infalible, ni ha de convertirse en un dogma de fe que reclame el castigo para sus herejes. Por efectiva que sea la ciencia médica occidental cartesiana, que lo es, no deberíamos olvidar que no es la única. Hay medicina india, china o chamánica con millones de usuarios y hay personas con poderes curativos, tengan más másteres o menos, pero, sobre todo, hay una valiosa capacidad autocurativa en el ser humano -más basada, por cierto, en la nutrición y en determinados hábitos vitales que en los fármacos- que la medicina oficial creo que no fomenta lo suficiente.

Son incuestionables las mejoras en la atención al paciente -pienso en los cuidados paliativos, en los comités de ética sanitaria y en la calidad humana de tantísimos profesionales sanitarios, desde el celador hasta el cirujano- y soy consciente de las limitaciones de tiempo, presupuesto y recursos humanos que adolece nuestro sistema sanitario pero, bajo la demanda de rigor científico para los ‘intrusos’ de la salud, sospecho de una cierta arrogancia sanitaria que se resiste a reconocer los errores propios. Creo que los profesionales de la salud, además de atender a los requisitos de calidad, titulación y otras normativas legales, harían bien en preguntarse por qué tantas personas recurren al alivio de la palabra, los imanes, las manos, las hierbas, la música, el yoga, los amuletos, las agujas y todo lo que se quiera añadir, incluidas las bolitas homeopáticas. Quizás con un poco más de escucha al paciente, más atención a los efectos secundarios de muchos medicamentos y más humildad en los diagnósticos evitarían mejor el intrusismo que denuncian. Porque por imprescindible que pueda ser el personal sanitario en la lucha contra la enfermedad, sigue siendo el paciente el dueño de su propia salud pues su curación no sólo depende de los tratamientos médicos sino que hay otros factores -ambientales, emocionales, existenciales- que condicionan enormemente los procesos curativos.

 

Los anhelos espirituales están detrás de las adicciones

Creo que la cuestión de las pseudociencias se desenfoca si sólo se analiza con argumentos técnicos y racionales porque su efectividad se relaciona más con esa dimensión espiritual del ser humano que tantos ignoran o desprecian. Durante siglos las religiones usurparon el espacio de la espiritualidad haciendo que mucha gente confundiera ambos términos pero, en vías de extinción las religiones tradicionales -al menos entre nosotros-, la dimensión espiritual de los individuos -la inquietud por el misterio, el reconocimiento de nuestras limitaciones, el sentido de la vida y de la muerte, etc- renace de formas imprevistas. Como explicaba la terapeuta Marion Woodman, recientemente fallecida, los anhelos espirituales están detrás de las adicciones, de muchos trastornos alimentarios, del fanatismo, del consumismo, en fin, de muchos de los problemas de una sociedad que creía desprenderse de su hechura espiritual por dejar de ir a misa.

Quien lleva a su niño al homeópata en vez de al pediatra, quien va al chamán en vez de al psicólogo, quien busca en el reiki el yoga el alivio que no encuentra en los calmantes, quien está convencido de que tales alimentos, hierbas, flores o minerales son determinantes para su salud no tiene nada contra la ciencia ni contra el sistema sanitario ni hace daño a nadie. Puede que todo sea placebo, autosugestión o incluso autoengaño pero puede que no. En todo caso, si funciona, ¿por qué desdeñar el bienestar, la mejora o la esperanza que ha percibido el enfermo? ¿Por qué no incorporar esa capacidad autocurativa a los tratamientos convencionales? E incluso cuando no funciona, si uno decide permitir que su cáncer se lo lleve sin quimio, sin radio, sin hospitalizaciones… ¿quién tiene derecho a evitarlo? Todo consiste, repito, en saber quién es el dueño de nuestro cuerpo.

Antes fue Dios, ahora es el sistema sanitario establecido, ojalá que llegue el día en que podamos serlo cada uno de nosotros. Con ayuda médica o divina pero nosotros.