A
lbert Einstein fue uno de los científicos más relevantes del siglo XX al demostrar que la materia era equivalente a la energía, pero esa equivalencia entre la materia y la energía es de todas formas un misterio. Es el gran enigma del siglo que dejamos atrás. La física moderna no ceja en su afán de entender con precisión que es la materia y la razón por la que parece ser intercambiable por energía.
¿Cómo puede ser la materia, en apariencia tan estática, una forma de energía, que es intrínsicamente dinámica?

Tan solo unos pocos años después del descubrimiento de Einstein, se inició la defensiva en contra del propio átomo. Los físicos desecharon la idea tradicional de que el átomo era una partícula indivisible, y la más pequeña, dentro de la materia.

La concepción del átomo como una bola de billar se hizo añicos, y resultó que el pequeño elemento se componía a su vez de partículas subatómicas, aún más pequeñas. Hoy en día se sabe que el átomo, en lugar de una masa sólida e indestructible, es en buena forma un espacio vacío. En rigor consta de pequeños electrones (detectados por Sir J.J. Thomson), orbitando alrededor de un núcleo central hecho de otras partículas. Resulta tentador imaginar que estas partículas elementales son, en sí mismas, elementos sólidos parecidos a pequeñas bolas de billar. Pero la física moderna ha demostrado, con relativa claridad, que son destruibles y que pueden transformarse por completo en energía.

La noción tradicional de que la materia se compone de partículas indestructibles es evidentemente falsa. Pero la pregunta es, ¿qué son las partículas elementales? ¿Y como pueden ser una forma de energía? En lo que fue el siglo XX, los físicos han intentado resolver esos interrogantes.

El vórtice de Kelvin nos brinda la respuesta. El vórtice es la clave para entender la estructura precisa de las partículas, y de cómo se halla contenida la energía dentro de ellas. Para Lord Kelvin y sus contemporáneos, el átomo era la partícula elemental: la partícula más pequeña de materia. Era evidente pues, que habría que aplicar su modelo del vórtice del átomo.

Con todo, hoy en día se presume que las partículas subatómicas son la porción más pequeña de energía. Si Kelvin viviera hoy, buscaría explicar las partículas y no los átomos.

En 1884 Kelvin dicto en los EEUU una serie de conferencias acerca de la teoría de las ondas luminosas. Por aquella época se creía que la luz consistía en ondas diseminadas por el éter: sustancia invisible que hipotéticamente llenaba todo el espacio. Kelvin creía en el éter. Es lógico, pues que considerara a los átomos como una serie de vórtices en mitad del éter.

Mas tarde, sin embargo, los físicos llegaron a concebir la luz de modo bien distinto, y el océano subyacente del éter quedo por completo descartado. Llegaron a aceptar que las ondas de energía podían existir sin un material adyacente en el cual desplazarse. Las olas podían existir sin el océano… al igual que la sonrisa del gato de Cheshire quedaba flotando en el aire, incluso después que el felino se hubiera esfumado.

Hoy en día, una teoría del vórtice no requiere del éter, desde luego, cualquier mención al éter seria equivalente al suicidio desde el punto de vista científico. Toda concepción de las partículas como vórtices en mitad del éter seria considerada absurda. Pero, si puede haber una onda de energía a secas, ¿por qué no un vórtice?

Kelvin andaba muy cerca. Después de todo, fue uno de los padres fundadores de la termodinámica, la ciencia de la energía. ¡Si tan solo hubiera hablado de energía y no de éter! Su teoría tendría, en este caso, absoluto sentido en nuestros días. Y su fundamento seria más o menos:

La partícula elemental es un vórtice de energía.
Es una idea muy simple, pero de un poder incalculable. Si la partícula elemental fuera un vórtice de energía, nuestra comprensión del mundo cambiaría por completo.

De partida, el vórtice resuelve el enigma fundamental de la física moderna. Nos muestra por primera vez, como es que la energía está “encerrada” en la materia. Einstein describió la materia como energía congelada. El vórtice nos brinda una imagen mucho más clara: el movimiento es el fundamento mismo de la materia… y no hay nada en ella “congelado”.

Ahora podemos verdaderamente apreciar lo que Einstein quería significar cuando hablaba de que la masa es equivalente a la energía.

Resulta irónico que, cuando Einstein predecía la equivalencia de la masa y la energía, la idea del vórtice dejó de estar en boga. El gran logro del vórtice consiste en la representación de la materia como energía. Volvió inteligible la concepción de Einstein, al describir la forma que la energía adopta dentro de la materia.

La energía es inmaterial. No hay un océano de energía parecido al de éter. No es alguna sustancia o un fluido que flota alrededor de nosotros. La energía es dinámica, es acción, es cambio. Podemos representarla como puro movimiento.

Del mismo modo que el movimiento no pude existir sin una dirección determinada, la energía no existe sin una forma definida, No es que la energía forme un vórtice o una onda, el vórtice es la energía. Las dos formas básicas de energía en nuestro mundo son la materia y la luz. Se supone, con frecuencia, que la luz es energía en forma de onda, Aquí sugerimos que la materia es un vórtice. Igual que las ondas luminosas pueden existir sin un éter en el cual oscilar, la materia no es un vórtice dentro de algo: es pura energía sin soporte material.

En la naturaleza, la mayoría de los vórtices son de forma cónica. Los tornados y remolinos son conos giratorios. Tales fenómenos naturales ejemplifican bien la naturaleza dinámica de la partícula en vórtice, pero fracasan por completo a la hora de mostrarnos su forma. Es mejor concebir las partículas elementales como esferas en lugar de conos.

Tampoco los anillos de humo de Kelvin nos brindan una imagen precisa del vórtice de energía. Los anillos de humo tienen lados. Para formar una partícula elemental, el vórtice de energía ha de ser esférico y simétrico.

Para configurar una partícula elemental, requerimos de un vórtice esférico, uno que sea por completo simétrico. La partícula en vórtice no puede ser como un cono ni un anillo, ha de ser como una bola: una bola de energía. Pero, ¿cómo pudo surgir una bola de energía? ¿cómo pudo formarse un vórtice esférico a partir del movimiento? Representemos el movimiento como una línea. Si una línea en particular se enrosca sobre si misma en espiral puede formar un vértice esférico: una bola de energía en torbellino.

Podemos representar el vórtice de energía como la pelota de lana. En ella, la lana orbita en una espiral tridimensional alrededor de un único punto. En el vórtice esférico, habría un movimiento giratorio en espiral alrededor de un punto central.

Una pelota de lana es normalmente estática. Tan solo al momento de formar la pelota, o de desenrollar la lana, se forma una representación precisa del vórtice de energía.

A partir de ello, apreciamos que bien puede haber dos tipos absolutamente opuestos de vórtices entre los que forman las partículas subatómicas. Uno seria giratorio hacia el centro, el otro hacia fuera. Con un movimiento continuo del vórtice, como un remolino de agua, la partícula quedaría del mismo tamaño.

El vórtice de energía es una imagen simple, aunque poderosa. Nos muestra como es que algo tan dinámico como la energía subyace a algo tan estático como la materia. El movimiento giratorio crea estabilidad. Igual que los vividos anillos de humo de Kelvin parecían objetos flexibles, los vórtice de energía pueden aparecer como partículas estables y sólidas.

Este modelo en particular nos sirve para entender como es que la materia puede convertirse en energía. ¿Que ocurría si desenrollamos la madeja de lana? Que el hilo desenrollado no cabría en la habitación, debido a su longitud. De la misma manera, si pudiéramos desenrollar un vórtice de energía, la cantidad de energía liberada seria enorme. Igual que una madeja de lana es una forma muy compacta de ese material, una partícula de vórtice es una forma muy concentrada de energía.

El vórtice nos permite explicar de manera muy simple muchas de las propiedades que se atribuyen a la materia.

Una faceta desconcertante de la materia consiste en las fuerzas misteriosas que parecen aflorar de ella, con las que todos estamos familiarizados. Considérese por ejemplo, el magnetismo. Todos sabemos que las limaduras de metal se adhieren a un imán. La carga eléctrica es otra fuerza esencial de la naturaleza. Varios trocitos de papel suelen adherirse a un objeto plástico cargado de electricidad, como una peineta.

Son fuerza muy reales, y potentes, pero la ciencia no ha conseguido jamás explicarlas cabalmente. Si las partículas de materia son fragmentos inertes de un material determinado ¿cómo es que se influyen recíprocamente?

El vórtice nos brinda una explicación refinada de tales fuerzas. Los vórtices de energía son intrínsicamente dinámicos. En caso de superponerse entre sí, es evidente que habrán de interactuar. De este modo, el vórtice se sitúa en la base de la materia y nos muestra el por qué de las propiedades que se le atribuyen.

El vórtice no cuestiona los hallazgos de la física clásica y la moderna. Mas bien establece nuevos fundamentos para ellos. Nos ayuda a entender la naturaleza íntima de la materia y las fuerzas misteriosas que suelen ir asociadas a ella. La ciencia ha explorado en el ámbito de la física y la química, las leyes que rigen la interacción de los átomos y las moléculas. La idea de que la partícula elemental es un vórtice de energía no modifica estos hechos de carácter macroscópico. En lugar de ello, el nuevo modelo del vórtice podría servirnos para reforzar y unificar las leyes de la naturaleza descubiertas hasta aquí, al apuntar a la realidad subyacente de las que afloran.

La gran mayoría de la gente se desalienta ante la física, porque resulta difícil entenderla. Sin embargo, con esta renovada comprensión que aporta el vórtice, la complejidad del tema desaparece. El vórtice convierte a la física en una disciplina clara y accesible, proveyéndonos de una comprensión del universo físico al alcance de cualquiera.

A pesar de su simplicidad consubstancial, el vórtice puede comenzar a resolver los enigmas de la física. Al concebir las partículas subatómicas como vórtice de energía, puede contribuir a resolver las paradojas que se asocian con ellas. Hace que sus propiedades y su comportamiento resulten bastante más fáciles de entender. Y estamos ahora en posición de explicar ciertos rasgos del universo sensible que la ciencia ha considerado desde siempre impenetrables.

El tema de la carga eléctrica, por ejemplo, fue considerado previamente una propiedad irreductible de la materia. De igual modo, se ha dado por sentada, y se considera inexplicable, la existencia de tan solo dos tipos de carga eléctrica. El vórtice permite explicar, a la vez, estos dos aspectos de la materia. Como hemos visto, el vórtice esférico puede formarse de dos maneras absolutamente opuestas: en una, el movimiento giratorio es hacia dentro; la otra, hacia fuera. Estas dos formas se corresponden con la carga eléctrica positiva o negativa.

Además, el vórtice nos aclara la razón por la que hay solo dos tipos de carga eléctrica en el universo, y no una, o cuatro.

Hay muchos enigmas de la física que el vórtice puede resolver. Es posible, incluso, explicar ciertos conceptos tan básicos como el de la masa: la masa es una medida de la cantidad de energía contenida en un espiral. Como veremos mas adelante, el vórtice da cuenta, a su vez, de la naturaleza del espacio y el tiempo.





Con la Teoría del Vórtice, al propugnarse la idea de que las partículas no sólo son un punto, sino líneas unidimensionales insertas en rizos energéticos que adquieren diferentes conformaciones, el problema matemáticamente se soslaya, cuando se considera a los bucles o rizos como partículas elementales.
Si aceptamos con una buena disposición científica los avances teóricos, entonces, no cabe duda que en dicha teoría se presenta implícita la deseada unificación. Lo que se propugna es que un objeto unidimensional, parecido a un vórtice, puede adquirir diferentes conformaciones y estructuras geométricas. Es un fenómeno semejante al que ocurre cuando se aplica un punteo en las cuerdas de una guitarra. Se dan variados sonidos con la vibración de las cuerdas. Los tonos diferentes que produce la vibración de esa cuerda son la analogía de distintos objetos. En esa misma forma, existe un vórtice fundamental que, en distintas vibraciones, puede ser detectado en condiciones de baja energía y grandes distancias. Una vibración es un quark; otra distinta es un electrón; la partícula de la luz vibra agudo y se observa como un fotón. Las distintas vibraciones se producen en un mismo vórtice. Es la unificación de todo, de las partículas, de la interacción, de partículas que manejan interacción, son todas vibraciones de la misma cuerda.

Pero, entonces ¿cuál sería la partícula fundamental dentro de la concepción de la Teoría del Vórtice? En el tiempo siempre se han dado cambios fundamentales en esta materia. Consideramos a los átomos como los ladrillos fundamentales de la construcción de la naturaleza; se pensó en los protones como fundamentales, luego los quarks. En esta teoría ellos siguen siendo ladrillos fundamentales en la construcción del edificio, pero son las consecuencias diferentes de la vibración del vórtice, pasando éste a ser también fundamental. Un vórtice, en cierto sentido, corresponde a un número infinito de partículas elementales, debido a que cada una de ellas comportan la facultad de poder vibrar en una multiplicidad de maneras. Es el distinto «tono» de las vibraciones el determinante que sugiere las propiedades de las partículas elementales. Según los físicos esta teoría viene a ser la simplificación natural o el mejoramiento de nuestra teoría clásica de partículas. En la actualidad, la capacidad de observación de partículas está limitada sólo para aquellas que se dan a bajas energías, ya que para las partículas masivas se requieren aceleradores de una magnitud que hoy no se cuenta y tampoco son visualizables en un futuro relativamente cercano. Ello es lo que hace atractivo el vórtice energético. Con las vibraciones de un solo vórtice, no sólo se dan partículas elementales como quarks, leptones, fotones, gluones, et., sino que habría que agregarle un número infinito. La teoría del vórtice sería la reemplazante natural de la actual estructura teórica focalizada al conocimiento de la materia.

3ª parte

El vórtice de energía prescinde por completo de lo material. Y complementa el aporte de Einstein al indicarnos que la materia es energía pura con la fachada de lo material. El vórtice explica todas las supuestas propiedades de lo material. El requisito de que haya una sustancia de cualquier tipo, como sostén del mundo físico, desaparece de un plumazo.

La materia aparece así, como una fachada de lo real. Solemos emplear la expresión “tan sólido como una roca”, pero nuestros sentidos nos engañan. Aunque son bien reales, las rocas distan mucho de constituir, efectivamente, entidades sólidas. La materia es, ante todo, un espacio vacío con unas cuantas partículas zumbando entre sus límites. Y si tales partículas no son sino un movimiento en vórtice, pareciera que la materia es, a fin de cuentas, puro movimiento.

El vórtice viene a unificar el enfoque de los místicos y los científicos. Los místicos han sostenido siempre que el universo carece de sustancia. Varios siglos antes de Kelvin, Sidartha, el Buda, describió las variadas formas de la materia como remolinos en mitad de un arroyo, Los filósofos yoguis entendieron bien que la materia no es sino un vórtice de energía. Durante miles de años se ha enseñado en oriente que el mundo es una ilusión: la ilusión de “maya”. El vórtice nos muestra claramente como se crea esa ilusión.

La clave de lo sobrenatural.
A mucha gente le resulta en extremo difícil aceptar lo sobrenatural y paranormal. Se enfrentan a tales episodios con suspicacia y abierto escepticismo. Examinan a fondo, y cuestionan, los testimonios existentes, refutando hasta la menor evidencia disponible. Algunos explican los recuerdos de una anterior como una forma de percepción extrasensorial. Otros reducen el fenómeno de la PES en sí a una simple coincidencia. Las apariciones se consideran meras fantasías y las curas milagrosas, fruto de la imaginación. Todo lo que reviste un carácter mágico queda reducido a lo mundano.

Pero… ¿qué es exactamente lo sobrenatural? ¿El producto de la imaginación febril? ¿Nada más que superstición y avidez de pensamiento? ¿o será algo real?
La clave está en el vórtice. El vórtice nos conduce a una explicación coherente de lo sobrenatural, lo paranormal y lo Psíquico. Y permite explicar de modo expedito y muy sencillo muchas experiencias que de otro modo resultan extrañas y enigmáticas. El vórtice nos brinda, en suma, un marco de referencia para asumir que lo aparentemente sobrenatural es una realidad.
La clave está en comprender que nuestro universo no es sino pura energía. La energía es la realidad primaria, el fundamento de todo cuanto hay en el universo, desde el minúsculo átomo hasta la inmensidad de la galaxia.
Pero, ¿será que el universo sensible es la única realidad posible? Si la materia y la luz -sus elementos componentes- son solo dos formas de energía, ¿puede haber otra modalidad energética, de carácter intangible?

Einstein fue el primero que estableció la relación entre la materia y la energía. Su famosa ecuación E=MC2 demuestra que la materia (M) es equivalente a la energía (E), el vórtice llega aún más lejos: nos demuestra la forma precisa de la energía dentro de la materia. Una partícula de materia es una bola giratoria de energía, un vórtice esférico en movimiento.

La luz es una forma distinta de energía, pero es obvio, a partir de la ecuación de Einstein, que la materia y la luz comparten un mismo dinamismo. En E=MC2, es C la velocidad de la luz, lo que relaciona la materia con la energía.

De todo ello deriva una conclusión más bien simple, por lo demás evidente: la velocidad de la materia en movimiento puede ser la de la luz. He aquí el único sentido posible de la ecuación einsteniana.

Si en una partícula de materia el movimiento en vórtice ocurre a la velocidad de la luz, podemos representarnos esa partícula como una espiral a la velocidad de la luz.

Pero, ¿será que el vórtice está siempre restringido a la velocidad de la luz? ¿o puede su movimiento intrínseco ser incluso más veloz? Hemos establecido una ecuación entre la energía y el movimiento. ¿Está todo el movimiento constreñido a la velocidad de la luz?

La ciencia ha arribado a la conclusión de que nada puede moverse a una velocidad mayor que la de la luz, una regla aplicada a todas las formas de energía: incluidas las partículas de la materia y la luz. Pero, ¿será también aplicable al movimiento primario a partir del cual surgen la materia y la luz en sí?

He aquí la pregunta clave. Todo se reduce a determinar que es la energía. Los físicos actuales no se preocupan por definir la energía, pero se muestran taxativos al señalar que esta última no puede desplazarse a mayor velocidad que la luz. Ahora bien, si las diversas formas de energía son, por definición, variadas formas del movimiento, quiere decir que el movimiento es más fundamental que la energía misma. ¿por qué tendría que limitarse ese movimiento a velocidades inferiores a la velocidad de la luz?

Si el movimiento pudiera ocurrir a mayor velocidad daría origen a un tipo de energía por completo distinta, al cual podríamos designar como supraenergía.
La energía y la supraenergía serian distintas en sustancia. Podemos describir el movimiento a la velocidad de la luz como la sustancia de la energía dentro del universo físico. Y la esencia de la supraenergía seria el movimiento a una velocidad mayor.

Bien podría ser que la supraenergía se comportara igual que la energía. Por ejemplo, podría haber vórtices de supraenergía, análogos a las partículas de que esta hecha la materia. Y ondas de suprenergía, análogas a la luz. Juntos darían lugar a una realidad suprafísica, a un suprauniverso.

Los objetos hechos de suprenergía podrían tener la misma forma de los demás elementos de este mundo, pero su sustancia seria completamente distinta. La materia no interactuaría con ellos. La luz no se reflejaría en ellos. Al no interferir de ningún modo con la materia o la luz, serían absolutamente intangibles e invisibles en el plano físico.

No seria posible percibir tales objetos con ninguno de los cinco sentidos habituales. Su presencia sería difícil o incluso imposible de detectar y sería muy arduo demostrar científicamente su existencia.

Mucha gente se mostraría reacia a aceptar la existencia de tales formas suprafísicas, al no poder captarlas con los sentidos. Con todo, bien podría ser que existan a nuestro alrededor formas de energía mas allá de la luz, y que se muevan sin interferencias a través de nosotros, sin que la mayoría de nosotros tenga conciencia de ellas.

La supraenergía no residiría en nuestro espacio y tiempo, y las formas suprafísicas no podrían formas parte de nuestra realidad habitual.
Serían, por el contrario, muy distintas y bien diferenciadas, lo cual ha quedado suficientemente claro a partir de la teoría de la relatividad.
Para Einstein, la velocidad de la luz era el elemento esencial dentro del universo físico. En su teoría de la relatividad se refirió a ella como “la única constante universal” y demostró que todo en este mundo –incluidos el espacio y el tiempo- están relacionados con dicha velocidad. Al aproximarse a la velocidad de la luz, el espacio y el tiempo comienzan a experimentar una serie de fenómenos extraordinarios. El espacio se escorza y los intervalos de tiempo se hacen mayores. A la velocidad de la luz en sí, el tiempo desaparece en la eternidad y el espacio queda colapsado sobre sí mismo.

La supraenergía en vórtice podría explicar muchos de los fenómenos paranormales de los que se tienen noticias. Una categoría fundamental de tales hechos, explicables a partir del vórtice, son las desapariciones y materializaciones incomprensibles, o sea, objetos que aparecen u desaparecen sin explicación lógica. Las religiones y leyendas están saturadas de historias en las que la que la gente y los objetos se desvanecen misteriosamente.

Cada objeto de nuestro universo consiste en billones de partículas elementales y hemos representado a cada partícula como un vórtice de energía en el que el movimiento esencial ocurre a velocidades inferiores a la de la luz.
Supongamos que este movimiento en vórtice se acelerara. Al sobrepasar la velocidad de la luz, la energía se transformaría de inmediato en supraenergía. Al modificarse en lo sustancial, ese objeto dejaría repentinamente de interactuar con la materia y la luz y se volvería de inmediato invisible e intangible. No se “movería” a ningún sitio, pero dejaría de ser perceptible.

Podríamos describir con propiedad este proceso como transustanciación, para dar cuenta del cambio sustancial de energía a supraenergía.

A través de la transustanciación , un objeto cualquiera podría materializarse o desmaterializarse en cualquier momento. La desmaterialización no es equivalente a su disolución. Un objeto desmaterializado podría ser invisible e intangible, pero no seria menos real que antes. Sencillamente, se habría alterado en lo sustancial para convertirse en un elemento suprafísico.

La velocidad de la luz es el límite del universo físico. Bien podría describirla como la “frontera” de nuestro universo. El fenómeno de la transustanciación permitiría que un objeto se trasladara a través de esa barrera de la luz al dominio de lo suprafísico. La barrera de la luz sería la línea divisoria entre lo físico y lo suprafísico, que demarcaría lo natural de lo sobrenatural. O sea, si la vibración de cualquier objeto físico superara el límite de la velocidad de la luz, pasaría inmediatamente a otro universo, a un suprauniverso.


4ª parte

Antes de seguir adelante en la explicación de lo paranormal mediante éstas y otras nociones, hemos de considerar la naturaleza del espacio y el tiempo.
El vórtice nos brinda una explicación novedosa de lo que es el espacio. También nos permite entender la relación entre la materia, el espacio y el tiempo. Podemos considerar no tan solo la materia, sino también el espacio y el tiempo, como aspectos distintos del vórtice.

Consideremos al vórtice de energía como un factor constitutivo de la materia. A medida que el vórtice se amplia hacia fuera, la energía se hace cada vez más tenue.

Al ampliarse a un área cada vez mayor, se haría más y más tenue con gran rapidez. Pero incluso a grandes distancias del centro del vórtice, aunque su intensidad fuese infinitesimal, la energía del vórtice estaría aún presente, el vacío aparente del espacio es en realidad, materia de baja densidad.

Análogamente, podemos suponer que la materia es un espacio de gran densidad. En resumidas cuentas, la materia y el espacio son una y la misma cosa: dos aspectos del mismo vórtice de energía. Lo que consideramos una partícula de energía es pura y simplemente el centro de gran intensidad de un vórtice energético de gran amplitud.

Percibimos la materia y el espacio como dos elementos bien diferenciados solo a causa de nuestros sentidos. Que son, todos ellos, limitados. Nuestra captación de todas las formas de energía esta limitada a ciertos intervalos, en virtud de nuestros umbrales perceptivos. Nuestros ojos reaccionan a la luz, pero la luz es solo un intervalo muy estrecho dentro del espectro, somos ciegos por ejemplo al infrarrojo y al ultravioleta. La misma cosa ocurre con el sonido: solo lo captamos dentro de determinados limites. Es evidente que nuestra captación de la energía contenida en el vórtice ha de estar a la vez limitada por nuestros sentidos. La energía en dispersión a partir del vórtice, mas allá de nuestra percepción directa, aparecería ante nosotros como un “espacio vacío”. Y aún cuando pareciera no haber sino vacío, esta energía en expansión seria inequívocamente real: tan real como la materia.

Esta concepción del espacio sugiere una explicación inicial del fenómeno de las “acciones a distancia”. Tanto en el caso de las cargas eléctricas como en el del magnetismo, una partícula actúa sobre otra sin tocarla. Los fragmentos separados de materia parecen atraerse o repelerse entre sí, a través del espacio aparentemente vacío.

Es fácil entender tales efectos si cada partícula es, en realidad un vórtice de energía en expansión. El vórtice podría expandirse a grandes distancias, pero la energía se dispersaría tan rápidamente que no seríamos conciente de ella. Dicha energía en proceso de expansión a partir de la partícula se superpondría a –interactuaría con- la energía de otros vórtices, para crear ciertos efectos como el de las cargas eléctricas y el magnetismo.

En esta visión de las cosas, el espacio es algo real, tan real como la materia, y la “acción a distancia”, una ilusión creada por las limitaciones de nuestros sentidos.

La materia es la región central del vórtice, de gran intensidad, que sí podemos detectar con nuestros sentidos. El espacio se origina en las regiones más tenues, periféricas del vórtice: allí la energía está debajo de nuestros umbrales perceptivos. El “espacio” transfiere la naturaleza intrínsecamente dinámica de la materia al vacío que hay mas allá de la superficie apreciable. Pero la materia no tiene límites reales: su “superficie” es algo subjetivo, en ningún caso un hecho objetivo… determinado en rigor por nuestra capacidad limitada de percibir tan solo una intensidad menor de la energía en vórtice.

Experimentamos cada día la materia como algo sólido porque representa una elevada concentración de energía: En los bloques de materia hay billones de vórtices arracimados en partículas elementales que forman átomos firmemente adheridos. La superficie de un sólido o un líquido marca un repentino incremento en la intensidad de energía del vórtice. Esta concentración repentinamente elevada de energía y abigarramiento es lo que nuestros sentidos detectan de la materia. Pareciera que los objetos tienen límites, pero es solo una ilusión.

Imaginemos una mujer que usa determinado perfume. A su alrededor, la esencia está concentrada a un grado tal que, muy cerca de ella podemos olfatearla. Al alejarnos, la esencia desaparece en la atmósfera y dejamos de percibirla. En suma, a medida que se expande la burbuja de esa fragancia se diluye en un grado tal que no somos concientes de ella.

Ocurre simplemente que nuestros sentidos son incapaces de detectar la dispersión de energía en todas direcciones. No percibimos el vacío porque la cantidad de energía en vórtice es mínima.

Esta novedosa imagen del espacio es muy distinta a la que sostiene la mayoría de la gente. Para la mayoría de nosotros, la palabra espacio evoca la idea de la nada: de un absoluto vacío en el que la materia se mueve en libertad.

El espacio-tiempo es curvo y dicho efecto esta de algún modo relacionado con la materia. Pero que es con exactitud el espacio y como influye la materia sobre él, sigue siendo un enigma. El vórtice nos brinda, por primera vez, una imagen clara del espacio que permite apreciar fácilmente lo que es el espacio y como se relaciona con la materia. La idea de que el espacio esta ligado a la materia deja de constituir un enigma: el modelo del espacio como una “burbuja” hace evidente el hecho de que, al remover la materia del universo, quitamos a la vez el espacio.

Igual que el vórtice origina el espacio y la materia, se lo puede concebir como el generador del tiempo. Einstein creía que, en ausencia de la materia, tampoco habría espacio ni tiempo. Percibía al tiempo y al espacio como dos factores inextricablemente ligados, con el tiempo entendido como una cuarta dimensión. Mediante el vórtice entendemos la razón por la que el tiempo está ligado a la materia.

El tiempo se establece a partir de la secuencia repetitiva de acontecimientos. Considérense nuestras formas habituales de medirlo. El año queda establecido por el movimiento de la Tierra alrededor del Sol; el día, por el movimiento de la Tierra en torno a su propio eje.

Ambos son procesos regulares y repetitivos. En nuestro universo, una secuencia determinada de procesos está vinculada a otra. Todos los cambios físicos, químicos y biológicos adquieren su “ritmo” a partir de otros procesos regulares más fundamentales. Un proceso regular, repetitivo, crea “intervalos” de un tiempo relativo en el cual ocurren otra serie de cambios.

¿Habrá en el universo algunos procesos fundamentales a los cuales referirse todas las restantes medidas de tiempo? Este proceso último podría ser el giro del vórtice. Puede que el vórtice constituya una suerte de reloj primordial: señalando los intervalos de tiempo de los que dependen todos los demás procesos subatómicos y cósmicos. Podemos representarnos el vórtice como una suerte de “aspa” que demarca nuestro tiempo: como un reloj atómico básico en el núcleo de la materia.

En esta novedosa concepción, el tiempo y el espacio adquieren una cualidad física. El tiempo fluye a partir del movimiento en el vórtice , y el espacio es una expansión en la forma del vórtice. Imaginemos al vórtice como un remolino en mitad de un río. Su forma surge del agua en torbellino. La forma del remolino representaría la materia y el espacio. El torbellino en sí mismo, el tiempo.

Esta concepción del espacio y el tiempo aclara ciertas cosas de la relatividad. Por ejemplo, el espacio- tiempo curvo es esencial para la relatividad. La imagen del vórtice nos sugiere muy claramente la razón de esa curvatura: si el espacio es una burbuja que se forma en torno a la materia, es obvio que su forma ha de ser la de la materia. La burbuja espacial en expansión a partir de un cuerpo celeste, como el Sol, debería ser necesariamente una expansión de la forma del Sol.

Einstein demostró que el espacio y el tiempo no son fundamentalmente ni absolutos, sino que están íntimamente relacionados entre sí y dependen de la velocidad de la luz. El vórtice nos indica cómo es que el espacio, el tiempo y la materia se derivan todos ellos de un vórtice de energía: Si la velocidad límite del movimiento del vórtice en el plano físico es la velocidad de a luz, la relación entre el espacio, el tiempo y la materia resultan evidentes, y también la razón por la que todos ellos son relativos a dicha velocidad.

Einstein consideraba que la velocidad de la luz era el limite de nuestro universo. Aquí hemos sugerido que dicha variable no es una frontera de carácter absoluto, sino más bien la línea divisoria entre la realidad física y la suprafísica. Ambas difieren en sustancia, puesto que el movimiento es, por supuesto, relativo. El movimiento en un vórtice crea el espacio y el tiempo en los que otros pueden existir y moverse. Y son todos ellos absolutamente interdependientes, existen solo en relación con los demás. En la transustanciación, el movimiento en el vórtice se acelera. Cuando sobrepasa la velocidad de la luz, la partícula deja de estar en relación con las restantes partículas que deja tras de sí. En rigor, abandona su espacio y tiempos físicos.

La posibilidad de fugarse del espacio y el tiempo por la vía de la transustanciación sugiere posibilidades de desplazamiento absolutamente inéditas. En nuestra vida diaria, viajaríamos a través del espacio y el tiempo. Mediante la transustanciación, los cuerpos podrían moverse dentro y fuera del espacio-tiempo, atravesando la barrera de la luz. Por esta vía, los desplazamientos a velocidades mayores que la de la luz pasarían a constituir una posibilidad real.


5ª parte

La mayoría de la gente concibe el universo en función de los planetas, las estrellas y las galaxias. Este es el universo físico con el cual estamos familiarizados, el universo de la materia y de la luz.

Pero… ¿será ésto todo cuanto hay? ¿Será que no hay nada más aparte de la materia y la luz? ¿Está este universo restringido a lo que podemos detectar con nuestro instrumental científico y captar con nuestros sentidos? La ciencia ha conseguido penetrar cabalmente en el universo material. Mas… ¿no podría ser que ello fuera tan solo el comienzo? ¿No podría ser que nuestro universo de materia y luz fuera una parte de algo más vasto?

El término «universo» se refiere a todo lo existente. Ha de abarcar la totalidad de la energía existente. Bien podrían existir dominios enteros de supraenergía. Al existir más allá de la barrera de la luz, ello configurarían una realidad que trasciende nuestra percepción inmediata.

El universo físico puede ser únicamente una pequeña parte del todo. Puede que no esté restringido al universo que apreciamos con nuestros sentidos… y que observamos científicamente mediante el telescopio y el microscopio. Bien podría ser que el mundo en su totalidad, desde el átomo infinitesimal a la inmensa galaxia, fuera solo una parte de un universo energético mucho mayor. Que el universo fuera tan vasto que lo que la ciencia nos ha permitido vislumbrar hasta aquí. Y que los “dominios celestiales”, donde se supone habitan los dioses, fuera algo tan real, una realidad paralela derivada de la supraenergía.

La energía crea un dominio espacio-temporal. La supraenergía crea otro. El entramado del espacio y el tiempo pervive en cada uno de esos dominios: nada permite suponer que exista, además, el eje espacio-temporal entre ambos. No hay posibilidad alguna de que los dominios bien diferenciados de la energía y la supraenergía estén separados entre sí por el espacio y el tiempo. Ambos ocurrirían en un único «aquí y ahora». Existirían en forma independiente, pero serian totalmente coincidentes. Podría describírselos como entreverados el uno con el otro.

Nuestro propio dominio surge del movimiento dentro de la velocidad de la luz. Dicho movimiento, en vórtice y en forma de ondas, contribuye a edificar nuestro universo de materia y luz. En el universo físico, todo es relativo a la velocidad de la luz, que bien podría caracterizarse como la velocidad crítica de nuestro universo.

Un dominio de supraenergía tendría su propia velocidad crítica: digamos a modo de ejemplo, el cuadrado de la velocidad de la luz. Es fácil imaginar varios de tales dominios, cada uno edificado a partir de una velocidad distinta, sucesivamente mayor. Podría haber muchos dominios suprafísicos en el universo total. Cada uno de ellos tendría su propio espacio y representaría un plano de vibración o nivel de realidad distinto.

Igual que todo en nuestro universo es relativo a la velocidad de la luz, cada dominio superior estaría regido por su propia velocidad crítica. Igual que la barrera de la luz es la frontera del universo sensible, cada velocidad crítica seria el límite entre un dominio y el siguiente.

Los superiores englobarían a los inferiores (como las muñecas rusas), puesto que las velocidades mayores «contienen» a las inferiores. Como todas las velocidades están centradas en un punto cero común, podemos representar los dominios sucesivos como esferas concéntricas.

Las esferas interiores representarían los dominios interiores, más lentos, y las exteriores los dominios superiores, más rápidos. En esta novedosa imagen del universo los varios dominios quedan englobados los unos en los otros, y cada dominio superior se entrevera con todos los inferiores.

Podemos disponer de velocidades críticas sucesivas en un sencillo orden ascendente. Por ejemplo: dominio físico (plano 1) = velocidad de la luz; primer dominio suprafísico (plano 2) = velocidad de la luz al cuadrado; segundo dominio suprafísico (plano 3) = velocidad de la luz al cubo, y así sucesivamente. Esta serie ascendente sería como una escala armónica. Y los varios dominios ascendentes de energía dentro del universo total darían, así, un significado real a la idea de la «armonía de las esferas» que sugería Pitágoras.

Esta concepción nos sugiere una explicación inicial a muchas de las ideas tradicionales acerca de lo sobrenatural. Bien podrían ser que los seres sobrenaturales habitaran en sus propios dominios supra-espaciales, mezclados con nuestro universo inmediato. Podrían hallarse a nuestro alrededor sin que tuviéramos conciencia de ellos, no podríamos detectarlos mediante nuestro instrumental científico o con cualquiera de nuestros cinco sentidos habituales.

Pero, ¿habrá acaso alguna manera de movernos realmente de un dominio a otro? Es claro que, al desplazarnos en algún sentido, lo estamos haciendo en las tres dimensiones del espacio. En nuestro viaje de la cuna a la tumba, nos desplazamos a través del tiempo (que ya fue revelado a través de sesiones con el Maestro Morgan-El que no es una cuarta dimensión).

Cabe postular que los diferentes dominios del universo estarían separados entre sí por una alteración de la vibración. Ese movimiento solo seria posible a través de un cambio en la velocidad intrínseca de la energía. Ya hemos descrito este proceso como la transustanciación, que es un movimiento que implica un cambio en lo sustancial, mas que un cambio en la forma o la posición. En la transustanciación, los cuerpos que se desplazan aparecen y desaparecen cuando abandonan un dominio suprafísico del universo y resurgen en algún otro plano, ya sea superior o inferior.

Sabemos que en el universo físico están contenidas la vida y la inteligencia. Pero nuestra propia vida y nuestra inteligencia son solo una íntima parte de un todo mayor. Y dado que existen seres vivos, e inteligentes, en este pequeño rincón del universo, es razonable suponer que hay vida e inteligencia en el universo en su totalidad. Entonces… ¿quiénes habitarían los dominios suprafísicos?

La tradición afirma que hay multitud de seres suprafísicos. Las viejas religiones paganas describían los dominios de mayor vibración como un panteón de los dioses.
Hay una jerarquía de distintas formas de vida sobre la tierra, es natural, entonces que hubiera a la vez una jerarquía de los seres sobrenaturales. El termino «dioses» ha quedado, por lo general, reservado para los más poderosos de entre estos seres.

Su poder consiste, en rigor, en la facultad de modificar la velocidad intrínseca de la energía, lo cual les confiere la libertad de moverse en otros planos existencia. Un “dios” tendría así la posibilidad de descender a través de distintos dominios, al disminuir la velocidad de su propia energía. Al aumentarla nuevamente, podría ascender, etapas por etapas a cada dominio celestial, y superior del universo total. Dichos seres serian capaces de recorrer de arriba abajo la dimensión «deífica», de un dominio a otro del universo, como Ángeles bíblicos subiendo y bajando por la escalera de Jacob.

Vórtice de Energia Plano Físico. Parte 6.

Según antiguos conocimientos se decía que la materia estaba conformada por vórtices de energía. Lord Kelvin, el físico que definió el cero absoluto y elaboró una escala de grados de temperatura, opinaba que no había nada sólido en lo material, que todo era una gran ilusión alimentada por una falsa realidad.

Dio el ejemplo de un anillo de humo que, al girar, guardaba su consistencia sin desarmarse. Así como ese anillo en vórtice daba una apariencia de solidez, gracias a la ilusión dada por el movimiento giratorio del mismo, Lord Kelvin utilizaba esa figura simbólica para poder explicar que los átomos también eran anillos en vórtice, pues se comportaban de la misma manera.

Más aún, proclamó que todas las propiedades de esas pequeñas partículas derivaban de ese movimiento giratorio en forma de vórtice, en medio del éter.
Pero como había una convicción generalizada de que la materia se componía de partículas tangibles (comparaban la forma del átomo con la de una bola de billar), la teoría de Lord Kelvin quedaba totalmente relegada al olvido.

La ciencia siguió avanzando. El átomo fue dividido y se llegó a visualizar como un sistema planetario en miniatura, donde el núcleo estaba formado por protones (carga positiva) y neutrones (sin carga aparente), y alrededor de ese núcleo giraban los electrones (de carga negativa).

Se demostró que el éter no existía como tal y que lo que imperaba era un vacío casi absoluto. Albert Einstein había escrito una fórmula: E = M x C2, donde E es la energía, M es la materia y C2 es el cuadrado de la velocidad de la luz.

Esa fórmula se llegó a demostrar algunos años después con el estallido de la bomba atómica, donde una fracción de materia se transformó en una inmensa cantidad de energía, llegando a arrasar una ciudad entera.

Si Kelvin viviera hoy no hablaría de átomos en forma de vórtice girando en medio del éter, sino que sería más sutil. Se preguntaría: si puede existir una onda de energía… ¿por qué no un vórtice de energía? ¿Y cómo estaría conformado un vórtice de energía? ¡Por una partícula elemental!
O sea: Una partícula elemental es un vórtice de energía.

El propio Einstein una vez definió la materia como una energía congelada. El vórtice nos da un panorama mucho más claro: demuestra que la partícula elemental se mueve en espiral y el movimiento es el fundamento mismo de la materia.
El gran logro de esta teoría es el poder demostrar que la materia es una forma de energía.

¿Cómo puede ser —dirán algunos— si la energía es inmaterial?
La respuesta es simple. De la misma forma que el movimiento no puede existir si no se avanza en una dirección determinada, la energía no existe si no es con una forma definida.

No es que dicha energía forme un vórtice o una onda: el vórtice es la energía en sí.
En el mundo que conocemos a simple vista, el universo material que todos podemos observar, hay dos formas básicas de energía: la electricidad y la luz visible.
La materia es el tercer tipo de energía.

La mayoría de los vórtices tienen forma de cono, por ejemplo, los remolinos y los tornados, que giran como si fueran un gigantesco trompo.
Pero en el mundo de las partículas subatómicas, el vórtice forma una figura geométrica distinta: ni como “anillos de humo” ni como trompos. En este caso, la partícula elemental tiene la forma de un vórtice esférico. O sea: el vórtice es un movimiento en espiral de tres dimensiones y así llega a formar una bola giratoria de energía.

Para configurar ese vórtice en nuestra imaginación, podemos representarlo mentalmente como un pequeñísimo ovillo de lana, con una rotación continua.

El movimiento giratorio es lo que crea la estabilidad de la partícula, al igual que el anillo de humo (que no se desarma) y el trompo (que no se cae mientras gira).
No son ejemplos exactos, pero sirven para dar una idea aproximada de lo que estamos hablando.

Ahora volvamos a lo que se dijo precedentemente, donde se demostró que mediante una fisión nuclear podía liberarse una gran cantidad de energía.
¿Cómo ilustramos el tema con el ejemplo del ovillo de lana?

Es fácil. Si desenrollamos dicho ovillo en una habitación cualquiera, tendría una longitud tal que no cabría en ella, mientras que enrollado lo contendríamos dentro de una mano.

Si pudiéramos desenrollar así un vórtice de energía, la cantidad liberada sería impresionantemente grande.

Así como el ovillo de lana es una figura muy compactada de ese material, una partícula elemental en vórtice es una forma muy concentrada de energía.
Esta teoría también puede explicar la carga eléctrica de la materia.
Por ejemplo, dijimos que el vórtice es un movimiento en espiral de tres dimensiones, pero ese movimiento giratorio tiene dos sentidos posibles: desde el centro de la espiral hacia fuera o desde el borde hacia el punto central.

El vórtice centrípeto corresponde a una carga positiva y el vórtice centrífugo a una carga negativa.

La teoría también aclara el concepto de la masa: La masa es una medida de la cantidad de energía que contiene una espiral.
La materia se ve así como una ilusión de lo real.
Siempre acostumbramos a decir: “Tan sólido como una montaña”, pero… ¿hasta qué punto la montaña es una entidad sólida?

Si la materia es un conjunto de partículas elementales y éstas, a su vez, son vórtices de energía, nada de lo aprendido hasta el presente tiene vigencia. Una partícula elemental de materia es una bola giratoria de energía, un vórtice esférico en movimiento. Pero hay distintas vibraciones en ese vórtice y cada vibración representa una partícula distinta (un quark, un leptón, etc.) [1] Si el movimiento ocurre a la velocidad de la luz, el vórtice deja de ser una partícula elemental para transformarse en un fotón.

Según Einstein, ningún cuerpo puede moverse a mayor velocidad que la de la luz. Pero… ¿esa regla es también aplicable a la energía en sí?
Si el movimiento del vórtice llegara a vencer esa barrera y superara la velocidad de la luz, daría origen a un tipo de energía por completo distinto, a la que llamaríamos la superenergía o supraenergía.

Obviamente, la energía y la supraenergía serían distintas. La materia que formaría la energía se diferenciaría en sustancia de la que formaría el vórtice supraenergético.

La materia conocida se detecta en el universo físico. La materia formada por la supraenergía estaría contenida en un universo suprafísico. Habría suprapartículas y suprafotones, y juntos darían cabida a una realidad suprafísica.
Nuestra materia no podría afectar a ningún elemento de ese mundo, pues su sustancia sería completamente distinta. Su vibración sería tan alta que ese suprauniverso no podría captarse por nuestra realidad. Los elementos de ese mundo serían absolutamente invisibles e intangibles para nosotros.

¿Cómo comprobar la existencia de tales formas suprafísicas, si nuestros sentidos no las pueden captar?

Si la supraenergía no se encuentra en nuestro espacio-tiempo, las formas suprafísicas están en un nivel superior de vibración.

Así se explicarían muchos de los fenómenos paranormales que tanto nos intrigan. Por ejemplo, la transustanciación.

Todos hemos escuchado historias donde había objetos que desaparecían y aparecían en forma misteriosa. La ciencia tradicional nunca tuvo explicación para tales hechos.
Antes habíamos dicho que cada partícula elemental era un vórtice de energía donde el movimiento en espiral es inferior a la velocidad de la luz. Imaginemos que ese movimiento en vórtice se acelera más y más.

Al sobrepasar el límite de la velocidad de la luz, la energía se transformaría en forma instantánea en supraenergía. La partícula elemental dejaría de interactuar con la luz visible y la materia, y no se podría detectar por medios normales. No se movería a ningún otro sitio, pero dejaría de ser perceptible para nosotros.
Si en forma hipotética se pudiera revertir el proceso, el vórtice deceleraría y la supraenergía se revertiría a energía y podríamos detectar la partícula, que reaparecería de inmediato.

Dicho proceso de ida y vuelta se denomina transustanciación. Es el puente entre lo normal y lo paranormal.

Si tuviéramos el poder para cruzar ese puente podríamos desmaterializar o materializar todo objeto que quisiéramos estudiar.

Según la religión judeocristiana, los cielos podrían ser la denominación bíblica para los planos de supraenergía, existente más allá de la velocidad de la luz.

Falta aclarar qué papel tiene el espacio casi vacío de materia en esta teoría.

El centro del vórtice energético sería la materia y la energía de los bordes del vórtice, que no logramos percibir en forma directa, sería el espacio.

El espacio se origina en las regiones más tenues del vórtice y la materia está compuesta por las partes más densas del mismo.